Tennent's Bar

Tennent's Bar
Cuatro fines de semana y tres tormentas ha tenido febrero. Ciara (que se lee Chiara), Dennis (que se lee Denis y no Denís) y Jorge (que los británicos se afanan en leer agitando sus cuerdas vocales sin control mientras aspiran haches). Fines de semana y días laborables en los que ha llovido, nevado y soplado sin ninguna consideración hacia los cauces fluviales de la ciudad, la arcilla negra de los parques y las ovejas blancas de las Tierras Altas. La climatología —no deja de sorprenderme— trae sin cuidado a los locales, acostumbrados a nadar en los charcos desde renacuajos. Sin embargo, en las últimas semanas unos paneles de contrachapado les ha quitado el sueño. De un día para otro, su pub de referencia, mal augurio, había aparecido rodeado de esa mala madera que separa los obreros de los consumidores. ¡Ni un cartelito avisándonos! Algunos, al pasar por la esquina opuesta, con la misma cazadora abombada con la que iban a trabajar al astillero, esperaban bajo la lluvia algo que ayudara a su intuición. Quizás los materiales que entraban o retiraban. ¿Nuestro pub "wetherspoonizado"? temían los clientes habituales en referencia a la cadena de pubs más famosa (y maligna) del Reino Unido.

Tras 20 días con sus correspondientes noches, unas nuevas lámparas, que solo podías ver si te alejabas lo suficiente del cercado, aparecieron colgadas junto a los ventanales. Eran esféricas, de vidrio transparente, con rosca y soporte de oro rosa y una bombilla LED vintage. ¡No pinta bien! Pero llegó el viernes (anoche) y el pub se deshizo de sus barreras y abrió de nuevo sus puertas, como ha venido haciendo desde 1884. Lo primero que a uno le sorprendía al entrar era el olor a pintura fresca, ausente durante décadas del garito. A simple vista no parecía que hubiera cambiado mucho: además de las lámparas descritas, nuevos televisores de ¿70? pulgadas (tamaño pretty big comentó un compañero) colgaban de las cuatro esquinas y el techo estaba ahora de otro color más elegante; pero la barra, las mesas, las columnas... todo estaba en su sitio. Había que pretender cierta indiferencia, por lo que no te podías parar demasiado a mirar sin haber pasado primero por los grifos de cerveza, que ¡gracias a dios!, eran de las mismas marcas. Ya con una pinta en la mano, en tu corro de amigos, podías escrutar los cambios con disimulo. La moqueta y el parqué habían sido reemplazados por unas baldosas de cerámica portuguesa, las viejas pinturas de la pared habían cambiadas al pasillo y una nueva abertura en el muro del fondo, a un palmo de la ventana, permitía acceder con facilidad a la salita contigua, a costa de perder el banco y la mesa que ocupaban ese rincón. Los locales aparentaban haber olvidado dónde estaba el baño para recorrer el nuevo pasadizo y escudriñar todos los detalles. Sus gestos y ese brillo especial en los ojos revelaba su satisfacción. Right amount of changes, young man. Pocas veces puede experimentar uno la sensación de felicidad colectiva que se respiraba la pasada noche. No sé por qué me venía a la mente la exhortación que Alasdair Grey añadió a su mural en un restaurante cercano: Work as if you live in the early days of a better nation. Es la segunda casa de esta gente. Yo vengo algún que otro viernes, ellos están aquí todos los días. Llegan a una hora, solos o en parejas, sorbo a sorbo apuran sus pintas mientras leen el periódico, conversan con otros náufragos, reflexionan o pierden la mirada en el Sky Sport News. Así hasta que les echan. Cada día. Este bar es su vida. Y no se lo habían robado.
Publicado el 29 de febrero de 2020