Dresde fue destruida totalmente 3 veces: en 1685 por un incendio, en
1756 durante un asedio prusiano, y en 1945 en el terrible bombardeo de
la Segunda Guerra Mundial. Estas tres destrucciones han permitido a la
ciudad crecer de una forma ordenada a lo largo de su historia: todas
sus calles (hasta las más antiguas) están pensadas para
evitar la propagación de incendios, y a su vez, imponer un
cierto orden en las calles. De hecho, Dresde fue la primera ciudad del
mundo en aplicar una ordenación urbanística moderna.
Actualmente, en algunas calles existen carriles sólo para los
tranvías y también sólo para los autobuses,
además de la calzada para el tráfico y las amplias aceras
(a veces con zonas de hierba). Y en la gran mayoría de las
calles hay un carril-bici, con sus semáforos para bicicletas,
sus cruces sólo para bicicletas y sus postes para atar las
bicicletas. Como Dresde es prácticamente plana, con muy pocas
cuestas, y con un clima agradable (si no cuentas el invierno), la
ciudad es perfecta para moverse en bicicleta a cualquier lado. La mayor
parte de la gente se mueve en transporte público o en bicicleta
por lo que no hay mucho tráfico y no peligra tu integridad al ir
sobre dos ruedas.
Y en este contexto, yo no tenía bicicleta: la que tenía
me la habían robado, y en el mercado de segunda mano no
veía ninguna interesante. Unas semanas antes de que Manuel
regresase a España, recordé que él tenia una,
así que le presenté una OPA formal por su bicicleta, para
que cuando se fuese, yo me quedase con ella. Él me dijo que
estaba algo rota, pero que funcionaba bien, y fijó un precio: un
döner y una cerveza (para los que no sepan lo que es un döner
estoy preparando una amplia entrada sobre esta maravillosa comida
turco-germana). Hicimos la transacción y me llevé la
bicicleta a casa.
Al fin de semana siguiente la saqué por primera vez para ir a
una barbacoa al otro lado de la ciudad y la experiencia fue un desastre
total: primero se me rompió el candado y tuve que cortarlo con
una lima. Luego casi me mato al meterse la rueda delantera en un rail
del tranvía. Decidí ir dando un paseo por la orilla del
río y con el traqueteo de los adoquines se me rompieron los
cambios y casi se me desmonta. Y por último, el colmo: casi me
atropella un caballo desbocado (¿¡!?), que se le
había escapado a un niño discapacitado. Cuando
llegué a mi destino, tenia ganas de dejarla otra vez en medio de
la calle para ver si alguien se la llevaba. Pero me repuse y al
día siguiente la arreglé haciendo un par de chapuzas y
ahora voy a todas partes con ella. Y es que da gusto ir en bicicleta
por una ciudad tan bonita como Dresde. Eso sí, aún ando
sin candado, un día de estos iré a comprarlo, pero de
momento la dejo en cualquier lado sin atar: en el comedor, en la
universidad, en la puerta de mi casa… Me he dado cuenta que
nadie mira si la bicicleta está candada, todo el mundo lo da por
supuesto. De todas formas, tampoco hay que tentar a la suerte y la
compra es ya inminente.