Día 284: Algo para olvidar (primera parte)

Todo sucedió de la siguiente manera: acabábamos de presenciar la eliminación de Argentina frente a la selección alemana en la terraza del café Hübner's, un local junto a mi casa, en el huevo de Nuremberg. Con los penaltis nos habían dado las ocho de la tarde y aún nos quedaba trazar un plan para la noche.
Carlos (el gaditano), regresaba al día siguiente a España, y el Código Erasmus establece que le correspondía a él elegir que hacíamos en su última noche en la ciudad. De entre todas las opciones, escogió salir por la Neustadt, el barrio con más bares (y gente "alternativa") de Dresde, al otro lado del rio Elba.
Felicitándole por la elección cada mochuelo se fue a su olivo a descansar y prepararse. A las diez y media recogí a José Antonio siguiendo el mismo protocolo de todas las noches: primero le advertía en que tranvía iba y cuando éste pasaba por delante de su residencia, él se montaba y nos íbamos a tomar un kebap. Esta vez, antes de que todo ocurriese, fuimos al Ararat aprovechando que acababan de inaugurar los dueños del restaurante su propia Spät Shop en el local de al lado. (Una Spät Shop, literalmente "Tienda tardía", es un establecimiento lleno de cajas de cerveza donde se pueden comprar bebidas y productos básicos hasta altas horas de la noche.) Una vez cenados y provistos de cerveza nos dirigimos al cercano Alaunpark, donde habíamos quedado para beber un poco antes de salir por ahí.
Vista del Alaunpark
El Alaunpark de día
Cuando llegamos a la entrada del parque, Koki, el japonés, ya estaba allí. Desde que se fue Héctor, los japoneses se sentían un poco perdidos pero seguían viniendo con nosotros ya que Quique siempre les informaba de lo que hacíamos (esta vez Joda -léase Yoda- no había venido, porque, al parecer, estaba reñido con Koki). Poco a poco fueron llegando todos: unos chilenos, los andaluces (entre los que estaba Carlos), las de Alicante, Elina la letona y unas amigas suyas muy monas procedentes en su mayoría del Báltico, aunque creo que había alguna que otra alemana.
Todos con su cerveza en la mano (y varias de reserva en la bolsa). Esperamos un rato a los saquitos, pero me escribieron un mensaje diciéndome que iban a tomar algo primero en casa de Nacho y que luego se nos unían, así que nos metimos en la oscuridad del parque a empezar la fiesta. Creo que ya os he contado alguna vez que se hace en esta especie de botellones. Básicamente hablar, cantar y recordar. Según iba transcurriendo la noche se fue uniendo al grupo algún que otro Sprache Tandem de las chicas españolas (compañeros de conversación: alemanes interesados que quieren practicar el español y si se puede, algo más.) Cuento todo esto para recalcar que en el centro del parque estábamos unos quince tíos y no estábamos solos. Alrededor nuestro, en la oscuridad, había otros grupos de alemanes tomándose sus cervezas.

Entonces sucedió. Sería la una de la madrugada cuando se nos acercaron una docena de alemanes que venían de fuera del parque. Fueron directos a nuestro grupo, quizás atraídos por los cánticos en castellano. Lo que la penumbra me permitió ver fue que los muchachos tendrían una media de 19-20 años y tenían una pinta muy agresiva, con botas militares y el pelo muy muy corto. Claramente ellos no eran borrachos, que son los que siempre se acercan a mendigar cerveza. Uno de ellos se dirigió a José Antonio con un acento sajón tan fuerte que no fui capaz de entender nada. Viendo que comprendíamos más bien poco, se esforzaron a practicar su inglés. Por ejemplo, uno me dijo a mí:
    -You and ich... boxing... one gegen one
Lo que quiere decir que se quería pegar conmigo. Yo le dije que muchísimas gracias, pero que no estaba por la labor. Mientras todos seguían discutiendo, llamé a Nacho:
    -¡Nacho! Venid corriendo, que unos tíos nos quieren zurrar...
Nacho me contestó con un sonido gutural
    -BUUUUUUUUUU
Estaba obviamente borracho
    -¿Nacho?
(cánticos al otro lado del teléfono)
    -¿Nacho?
    - Piiiii... (La llamada se cortó)
A todo esto los alemanes de nuestro grupo se pusieron a hablar con ellos mientras el resto cogíamos nuestras cosas y nos íbamos de aquel lugar a uno más tranquilo. Hasta que uno de ellos pegó un puñetazo a un Tandem y Elina gritó:
    -¡Schnell!, ¡Corred!
Entonces salimos corriendo hacia la calle, pensando que la luz y los transeúntes nos protegerían. Junto a nosotros corrían los otros grupos que estaban alrededor nuestro en el parque, porque algunos de los asaltantes se había dirigido a ellos y también los estaban "molestando". Cuando recuerdo esta carrera hacia la luz, a mi cabeza viene la escena de Jurasic Park II en la que los cazadores de dinosaurios huyen sin rumbo por un maizal. Así como los velocirraptores hacían desaparecer a las personas que iban junto a la cámara, según corría yo por las tinieblas sentía como la gente que estaba a mi lado dejaba de estarlo. Cuando llegamos a la luz, vi que sólo habían venido conmigo los chilenos y Elina y sus amigas. No sabíamos qué había sido del resto del grupo. Yo juraría que habían corrido en otra dirección, pero no estaba seguro. De repente, mientras tratábamos de asimilar lo que acababa de pasar, se oyó el grito de una chica. Agarré fuerte una botella de cerveza con la mano derecha y me metí de nuevo en la oscuridad del parque.
Cuando llegué al centro del parque no se oía nada. Se había quedado vacío. Un silencio tremendamente incomodo que se rompió de repente cuando un ciclista que venía a lo lejos fue derribado y pateado. Yo sólo vi la luz de su faro moverse súbitamente hacia el suelo y empezar a vibrar. Pude oír los gritos del ciclista mezclados con la vibración del timbre del manillar. Un poco más a su derecha, junto a unos árboles, había tres más agarrando y golpeando a una chica. Fui hacia ellos y mientras les gritaba el único insulto que conocía en alemán (¿existe otro?) les tiré la botella de cerveza, alcanzándole a uno de ellos en la nuca, que con el golpe cayó al suelo. Al levantarse gritó lleno de rabia y salió a por mí. Los demás soltaron a la chica y le siguieron. Mientras corrían gritaban que me iban a matar. La adrenalina hizo que Carl Lewis pareciese un cojo a mi lado. Uno de los tres intentó hacerme una segada tirándose al suelo y llegando a rozar mi tobillo, pero no me caí. Seguí corriendo hacia la discoteca que está al fondo del parque, subiendo una pequeña ladera.
Cuando llegué a la luz me habían dejado de perseguir. Estaba sin aliento, con los hombros de la chaqueta caídos y sudando. Allí me encontré con José Antonio, el resto de andaluces y las alicantinas. Llamamos a Elina para que su grupo viniese junto al nuestro rodeando el parque. Mientras les esperábamos empezaron a llegar por todos los lados un montón de furgones verdes y blancos de policía con sus sirenas y sus luces azules. Según paraban, rápidamente se abría una puerta lateral y de su interior salían cinco o seis robocops que se metían corriendo al parque. Una policía sin traje protector se nos acercó y nos preguntó que qué había pasado. Mientras se lo estábamos contando, alguien se dio cuenta de que Koki no estaba con nosotros. José Antonio dijo que había corrido a su lado pero que se había parado antes de llegar a la farola. La policía al enterarse de todo esto avisó por el walkitalki. La tensión en ese momento era infinita. Le llamábamos al móvil pero estaba apagado. Nos metimos otra vez a la oscuridad gritando su nombre. Nada. Llegaron más policías que se organizaron con los que ya había para peinar el parque con sus linternas. En este momento llegaron los saquitos y algunos se dieron cuenta de la gravedad de la situación, otros iban tan borrachos que pasaron del tema y siguieron andando hacia el Sputnik. La policía dio aviso para que lo buscasen por toda la Neustadt. Algunas chicas lloraban. Había pasado una hora y Koki no aparecía.
Publicado el 19 de julio de 2006