Si hay un destino que atraiga más a un joven es
Ámsterdam u Holanda. La promesa de la libertad que reina en
la ciudad es reclamo suficiente. Ámsterdam es una ciudad
bonita, atravesada por canales, y con las casas ladeadas e inclinadas
por lo poco consistente que es la tierra sobre la que se asientan sus
cimientos. Pero si preguntas a cualquier persona de edad menor a 30
años que te diga algo sobre Ámsterdam, la gran
mayoría te hablará de porros, alguno se
acordará de la prostitución legalizada en el
barrio rojo, pero muy pocos te conseguirán nombrar un
monumento de la ciudad.
Hemos salido de Bielefeld diez personas en dos coches alquilados a las
11 de la mañana. Si hemos salido tan tarde es porque uno de
los coches tenía pinchada una rueda.
Al llegar a Ámsterdam a las 14:00, hemos dejado el coche en
un parking y hemos ido a visitar la ciudad. Lo mejor que se puede hacer
en una ciudad de este estilo es perderte, recorrer sus callejones, ver
a la gente. Ámsterdam está bien para perderse,
pero perderse en el barrio rojo no es agradable, porque sólo
hay turistas a la caza de escaparates de prostitutas y de coffee shops.
En realidad, el principal reducto de libertad de Holanda,
sólo es un engaño para quitar grandes cantidades
de dinero a pringados, especialmente jóvenes
atraídos por esa "libertad".
Bastante tarde hemos ido a comer a un Burguer King (estos tipos de
restaurantes de comida rápida son alabados por bastantes
filósofos, porque gracias a ellos, estés en el
lugar del mundo en el que estés, siempre te puedes sentir
cómodo, como en tu casa) y luego hemos ido a dar otra
pequeña vuelta en busca de un coffee shop. Allí
hemos tomado un café algunos y otros han comprado marihuana.
No hay cosa que más me guste en este mundo que pensar,
disfruto de cada una de las ideas que salen de mi cabeza, por eso no
tomo nada que afecte ni a corto ni a largo plazo al funcionamiento de
ella. Por eso unos cuantos nos hemos salido de ese antro lleno de la
aburrida parafernalia del cannabis y nos hemos ido a conocer algunos
rincones más de la ciudad. Luego nos hemos encontrado todos
y hemos ido a ver el barrio rojo en su hora punta. Después
hemos ido a recoger el coche del aparcamiento y hemos vuelto a
Bielefeld. La vuelta ha sido todo un reto, porque he intentado ir a la
velocidad adecuada para que la cuarta parte del depósito que
nos quedaba llegase hasta la frontera con Alemania (a 150 kms), ya que
la gasolina en Holanda esta, aun, más cara. No lo he
conseguido, y muy cerca de la frontera hemos tenido que echar unos 10
litros de gasolina para llegar sin problemas.
Dos cosas que he observado en Holanda: En la radio hemos encontrado
fados portugueses, lo que demuestra lo presente que está
Europa. Todo el mundo habla muy bien inglés, y en las
librerías de la ciudad hay más libros en
Inglés que en Flamenco.