Esta noche hemos ido a ver un concierto de jazz en la ópera
Semper, una de las joyas arquitectónicas de Dresde. En la
entrada no ponía quien actuaba, pero no había riesgo
alguno, daba igual que el grupo fuese bueno o malo, ya que
íbamos a poder ver la Semperoper por dentro. Y, la verdad, es
que es más bonita que por fuera (si se puede). Esta llena de
dorados, de columnas de mármol y de alfombras rojas. En todos
los rincones se homenajea a algún dramaturgo (como
Calderón, Dorst, Schiller…) o compositor (como Wagner,
Mozart, Beethoven…). Y junto al escenario están
representados grandes personajes literarios como Don Juan o Fausto.
Las entradas que teníamos no eran muy buenas (las
habíamos conseguido con una oferta para estudiantes que consiste
en cuatro entradas para diferentes espectáculos (ballet,
ópera, conciertos…) por 15 €), estábamos
sentados en la segunda fila del segundo piso del anfiteatro, aunque
bastante centrados.
El grupo que tocaba era Pino Minafra y la Sud Ensemble, un grupo de
jazz experimental italiano, que ganó el año pasado los
premios “Italian group of the year” (grupo italiano del
año) y “Best italian record of the year” (mejor
grabación italiana del año) por su disco
“Terronia”. Tocaban con instrumentos raros como gongs,
didgeridoos… y utilizaban para cantar un megáfono. El
concierto duró dos horas con veinte minutos de descanso en el
medio. Estuvo tan bien, que cuando terminó, y una parte del
público se había ido, el resto seguía aplaudiendo,
por lo que salieron los músicos de nuevo y se pusieron a tocar
algo totalmente improvisado. Luego bajamos y nos firmaron un
autógrafo.
El concierto también me ha servido para confirmar algo que
pensaba ya hace tiempo sobre los alemanes: Uno, les encanta todo lo que
viene del sur de Europa, da igual que sea una salsa boloñesa,
una tapa española o un grupo de jazz italiano. Están
enamorados de la cultura mediterránea. Y dos, son un poco sosos.
En el concierto no se movía nadie. Pino Minafra tocaba con un
ritmo genial y no lo seguían, ni con el dedo, ni con un pie...
¡Pero si lo difícil es quedarse quieto! (Tampoco hay que
generalizar, seguro hay alemanes que no les gusta el sur y seguro que
había alguien, a quien yo no veía, que movía el
pie). El segundo punto se confirma con dos ejemplos más: el
día que intentamos hacer una ola en el baloncesto (y no
llegó ni a la mitad de las gradas), o el día que fui a un
concierto de tres grupos y observé que la gente sólo
bailaba con el grupo al que había ido a ver, con los otros dos
estaba quieta.
He hecho algunas fotos dentro, a pesar de que estaba prohibido (me
echaron dos veces la bronca, pero yo me hice el guiri…)