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Alan MacDiarmid (1927 - 2007)
Alan MacDiarmid (1927 - 2007)

Ha muerto Alan MacDiarmid

«Soy un hombre con suerte y cuanto más trabaje, más suerte tendré»

Alan MacDiarmid nació en 1927 en Masterton, Nueva Zelanda, en el seno de una familia humilde que atravesó de lleno los efectos de la Gran Depresión. Aquella infancia, marcada por la austeridad, las cenas compartidas con gente aún más necesitada y los baños semanales con agua reciclada, forjó en él una combinación curiosa: resiliencia, conciencia del valor del dinero y una habilidad innata para las relaciones humanas. Su fascinación por la química empezó de manera casi accidental, al encontrar un viejo libro de texto de su padre y, poco después, un ejemplar de The Boy Chemist en la biblioteca local. A los 16 años, obligado a dejar la escuela para trabajar como asistente-limpiador de laboratorio en la universidad, empezó a cursar estudios superiores de forma parcial mientras se mantenía a sí mismo. Allí publicó su primer trabajo científico, y descubrió algo que lo acompañaría toda su vida: su amor por el color en los materiales.

El camino académico de MacDiarmid no fue el típico ascenso lineal y cómodo. Becas y oportunidades fortuitas lo llevaron primero a la Universidad de Wisconsin con una Fulbright y, después, a Cambridge, donde se casó en la capilla de su college. Tras breves etapas en Escocia, acabó estableciéndose en la Universidad de Pensilvania, donde pasó décadas enseñando, investigando y formando a generaciones de estudiantes. Su carrera dio un giro histórico cuando conoció a Alan Heeger y, posteriormente, a Hideki Shirakawa. Entre malentendidos experimentales, catalizadores demasiado concentrados y la sospecha de que ciertas “impurezas” en realidad ayudaban, descubrieron cómo dopar polímeros como el poliacetileno para volverlos conductores. Ese descubrimiento abrió la puerta a la electrónica orgánica y, más adelante, les valió el Premio Nobel de Química en el año 2000.

A pesar de medio siglo fuera de Nueva Zelanda, MacDiarmid nunca perdió sus raíces: llamadas constantes con sus hermanos, recuerdos de pies descalzos en el colegio y una idea muy clara de lo que él llamaba “las pequeñas cosas”, esos gestos cotidianos que mantienen el esqueleto de las relaciones con vida. Siempre insistía en que el éxito no estaba en la nota más alta, sino en saber que uno ha exprimido al máximo sus capacidades. En su Nobel Lecture recordó que “somos lo que otros construyeron antes que nosotros”, y citó la imagen del cazador que pasa la vida escalando hacia la verdad, dejando escalones para los que vendrán detrás. Alan MacDiarmid, químico amante del color y profesor incansable, entendió que la ciencia es, en el fondo, una obra coral: nadie llega solo a la cima, pero todos podemos añadir un peldaño más.

17 de febrero de 2007
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