Día 285: Algo para olvidar (segunda parte)
Desde el asiento trasero del coche de policía podía ver, según atravesábamos el puente de la sinagoga, cómo salía el sol sobre el Elba. La luz naranja se reflejaba en la superficie del río, coloreando toda la ciudad. Nadie hablaba dentro del vehículo. El sonido lejano del motor y el crepitar de la radio era lo único que se escuchaba. A través de la rejilla que nos separaba, podía ver la nuca afeitada del conductor mientras que su compañero jugaba con los dedos con el asidero que había sobre su puerta. A mi derecha, Koki dormía. Tenía el labio partido y un ojo hinchado y rojizo. Habían pasado unas pocas horas desde que todo había empezado. Según Koki, cuando vio el primer puñetazo, corrió con todo el grupo huyendo de la oscuridad. A mitad de camino se le cayó el móvil, se paró a recogerlo y cuando quiso continuar, dos alemanes le alcanzaron y agarraron. Una mujer joven llegó, y mientras los dos alemanes le sostenían, le comenzó a golpear. Un chico que pasaba por el parque fue en su ayuda y consiguió escapar. Koki estaba tan aterrado que corrió sin parar hasta su residencia sin reformar de Hochschulestrasse, a 6 km del parque. Ni siquiera esperó al tranvía y mucho menos trató de buscarnos. Es allí donde lo encontramos. Tras haber peinado el parque sin encontrar nada y tras haber hablado con Joda, su amigo, por si sabía algo de él, acompañamos a una patrulla de policía a preguntar en su residencia. Al llamar a la puerta de su apartamento, Koki nos abrió con la cara partida y apesumbrado. La pareja de policías le pidieron que fuera con ellos para tomarle declaración y yo lo acompañé. Nos llevaron a la comisaría de Neustadt, en el barrio donde había ocurrido la agresión y allí nos encontramos con otras personas que habían sido agredidas, entre ellas, la persona que había acudido en ayuda de Koki, que tenía la cara destrozada porque, tras liberar a Koki, se habían ensañado con él. Tras esperar allí como una hora y tomarnos declaración, nos llevaron al parque de nuevo a reconstruir lo que había ocurrido. Allí, en mitad de la tragedia, ocurrió algo surrealista.
Aunque era muy temprano y no había amanecido todavía, ya había suficiente claridad para trabajar en el parque. Mientras
Koki señalaba el punto donde había perdido el móvil y los policías apuntaban en sus libretas, se acercó a nosotros un borracho
que probablemente volvía de darlo todo en el Sputnik, el club al que íbamos a ir esa noche. Con voz preocupada y
altisonante, como la de Fernando Fernán Gómez en Regreso a ninguna parte, nos dijo a Koki y a mí:
—Chicos, cuidado con estos policías, tened cuidado con ellos. Os he visto desde lejos y he venido a advertiros: ¡Cuidado
con ellos! ¡No son policías! En realidad son peligrosos agentes secretos. ¡Tened cuidado!
Mientras que la mujer policía lo ignoraba, el hombre policía le dijo:
—Por favor, déjenos trabajar.
El borracho continuó:
—Chicos, ¡tened cuidado!, aunque parecen policías, no lo son. Por favor, tened mucho cuidado con ellos. ¡Tened cuidado!
El policía volvió a advertirle:
—Por favor, váyase de aquí que estamos trabajando.
Pero el hombre, verdaderamente preocupado por nosotros, siguió:
—Cuidado, tened mucho cuidado. Estas personas os van a hacer daño. ¡Tened cuidado!
El policía, grande como un armario y serio como un empleado de una funeraria, le dijo al borracho, ya sin usar la forma
del usted:
—Vete de aquí, ya.
El quijote sajón intentó continuar:
—Chicos, son peligrosos, tened cuida...
No pudo continuar porque el policía se cansó y le soltó un sonoro guantazo en la cara que lo tiró al suelo. Luego en el
suelo, lo agarró por debajo de los brazos, lo levantó y lo lanzó de nuevo al suelo como quien coloca sacos de patatas en
un almacén. El desgraciado se alejó de nosotros corriendo dando tumbos mientras gritaba llorando:
—¡OS LO DIJEEEEEE!
Después de esto estuvimos como 10 minutos más en el parque y nos llevaron a la comisaría central, que se encontraba en el centro de la Altstadt. Ese trayecto es el que he relatado al comienzo de este post.
Al llegar a esa comisaría nos aparcaron en una sala de espera, con sillas de plástico como las de un centro de salud y nos dijeron que iban a buscar un traductor jurado para tomarnos declaración a los dos. Al rato volvieron diciéndonos que siendo viernes por la noche, en Dresde, en ese momento no podían encontrar un traductor de japonés o de español, que si nos valía uno en inglés. La traductora inglés-alemán tardó en llegar como una hora, hora que pasé consolando a Koki, que estaba callado, inclinado con la cabeza entre las piernas y dando sorbos a una cocacola que le había comprado en una máquina expendedora en la entrada de la comisaría. Él fue llamado primero, a una oficina que debía estar muy lejos porque no se oía nada. Nunca he oído mayor silencio que en esa comisaría alemana. No se oía ni una máquina funcionando, ni a ningún ser humano, ni siquiera los fluorescentes emitían ningún zumbido. Una hora más tarde (ya debían ser como las 7 de la mañana) Koki regresó, le dijeron que esperara y me llamaron a mí para pasar a dar declaración. Después de andar un pasillo larguísimo, llegué a una oficina pequeñita con dos escritorios. Me hicieron sentarme en frente del escritorio más grande. Frente a mí, un policía mayor con cara de bruto se sacudía azúcar de una berlina de su grueso bigote blanco. A mi izquierda estaba la traductora y en el otro escritorio, en un rincón de la sala, esperaba un policía joven con las manos sobre el teclado de un ordenador. El policía mayor me preguntó qué había pasado. Yo empecé a contarle toda la historia sin saber muy bien si mirarle a él o a la traductora. El policía joven tecleaba al dictado del mayor. Apunta esto, apunta lo otro.
Ya desde el principio noté que el comisario bigotudo no estaba muy contento con la idea de que hubiéramos sido víctimas de un ataque racista. Empezó pidiéndome que no hiciera valoraciones, sino que me limitara a describir lo que había ocurrido. Yo le fui contando, pues estábamos aquí y ocurrió esto y… El hombre me interrumpía continuamente con preguntas para que puntualizara mi declaración cada vez que cualquier detalle implicaba la ideología de los atacantes. La verdad es que me estaba mosqueando bastante, pero cuando me di cuenta de que el comisario estaba cambiando mi declaración ya me cabreé mucho. El policía me preguntaba en alemán: ¿cómo iba vestido tal agresor? Yo le respondía en inglés: pues iba con ropa negra, con una sudadera de la marca Lonsdale. La traductora hacía su trabajo: Er sagt, er habe schwarze Kleidung getragen, darunter ein Sweatshirt der Marke Lonsdale. Pero luego el comisario le dictaba en alemán al secretario con uniforme: Iban vestidos con una sudadera roja.
Yo protesté varias veces pero ya llevaba más de 24 horas despierto y con una gran frustración terminé la declaración. Al salir Koki ya no estaba en la sala de espera, un policía le había llevado a su residencia. Yo fui a la parada del tranvía de Pirnaischer Platz y me puse a esperarlo. El sol pegaba fuerte y yo solo quería dormir.
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